El sector industrial alimentario es el que está más estrechamente ligado a los estilos de vida de la sociedad. La industria agroalimentaria afronta dos realidades: su buena salud y la necesidad ineludible de adaptación continua. Una adaptación necesaria, mediante la innovación, para acomodarse a los vertiginosos cambios que experimentan los hábitos alimentarios, totalmente supeditados al ritmo de vida actual.
Un 20% de lo que gastan los españoles se destina a la alimentación. Éste es un dato clave. A partir de este dato podemos entrar en un escenario muy interesante. Los cambios en las estructuras familiares se presentan como un factor importante a tener en cuenta. Todos los expertos apuntan a la investigación y el desarrollo como el reto del sector para conseguir que las empresas puedan adaptar sus productos a las demandas vitales de los consumidores.
La obsesión por la seguridad es uno de los rasgos característicos de la industria de la alimentación. La creatividad debe estar supeditada a la calidad, la seguridad y la comodidad. El aumento del nivel de vida va ligado a una mayor capacidad de gasto en productos básicos, pero con mayor valor añadido, mejores presentaciones, vida útil, sabor, cualidades organolépticas, etc. Cualidades que se logran a través de la correcta gestión, innovación y desarrollo tecnológico.
La industria alimentaria mira hacia una mejor calidad de sus productos, la mejora de la confianza de los consumidores, la promoción de la modernización, su desarrollo tecnológico y su adecuación medioambiental.
La industria alimentaria española está fragmentada y muchas compañías tienen todavía un carácter regional o nacional. Este enfoque ha venido manteniéndose históricamente porque el mercado alimentario español durante años estuvo protegido de la competencia internacional. Eso sí, desde nuestra entrada en la Unión Europea la situación ha cambiado y asistimos ahora a una fuerte competencia internacional, lo que debe llevar –necesariamente- a un proceso de adaptación para responder a las nuevas condiciones.
No podemos competir tradicionalmente, pues desde que las barreras a la entrada de productos alimenticios fueron eliminadas por completo, el mercado se ve expuesto a una competencia internacional feroz, con precios de los productos agrícolas que nunca podremos alcanzar. Del otro lado, la industria internacional ha experimentado una importante revolución tecnológica y biotecnológica, que han cambiado radicalmente el entorno de trabajo para las compañías alimentarias. Si sumamos a todo esto el interés creciente de los consumidores por la seguridad alimentaria y la alimentación saludable, nos damos cuenta de que el escenario actual para la industria alimentaria ha cambiado radicalmente.
Ante esta nueva situación, algunas empresas han optado por definir la nueva situación como una base interesante para la producción de alimentos innovadores y la producción de productos de alto valor añadido al tiempo que otras han respondido con reducciones de costes, buscando economías de escala y de ajuste estructural, lo que ha provocado una fragmentación del mercado y un desafío continuo.
El futuro de la industria alimentaria no se entiende sin innovación y esta innovación debe nacer en las interfases entre las diferentes áreas del conocimiento científico y las distintas tecnologías, además de la investigación académica y las empresas comerciales, así como las relaciones entre lo privado y lo público que conduzca a una integración de los conocimientos para producir nuevos productos, servicios y conceptos.
El sistema de innovación es una actividad de triple hélice. Por triple hélice expresamos la cooperación entre empresas, investigadores y sociedad buscando la integración del conocimiento entre nutrición, medicina, tecnología de alimentos, ingeniería, marketing e investigación sobre los consumidores y definiendo proyectos de interés común.
El ciclo de la innovación en el sector de la alimentación está dirigido por dos factores determinantes. Por un lado, tenemos la «tecnología de empuje” que implica una potente tecnología y una correcta transferencia de conocimientos de otros sectores. Por el otro, podemos encontrar el «efecto tirón de la demanda», que depende de la aceptación que tienen los consumidores de los nuevos productos. Así, la capacidad de una empresa para transformar una adopción tecnológica en una verdadera innovación está muy condicionada por la respuesta efectiva de los mercados.
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